A
LA MAÑANA siguiente me siento ligera y tonta. Cada vez que reprimo la sonrisa,
vuelve a aparecer. Al final dejo de intentar evitarla, me suelto el pelo y
abandono mi uniforme de camisetas amplias para ponerme una que me deja los
hombros al aire y permite que se me vean los tatuajes.
—¿Qué
te pasa hoy? —pregunta Christina de camino a desayunar; todavía tiene los ojos
hinchados de recién levantada, y el pelo enredado le forma un halo encrespado
alrededor de la cara.
—Bueno,
ya sabes, el sol brilla, los pájaros cantan…
Ella
arquea una ceja, como queriendo recordarme que estamos en un túnel subterráneo.
—Deja
que la chica siga de buen humor —le dice Will—. Es una ocasión única.
Le
doy una palmada en el brazo y me apresuro a llegar al comedor. El corazón me
late con fuerza porque sé que, en algún momento de la próxima media hora, veré
a Tobias. Me siento en mi sitio de siempre, al lado de Uriah, y con Will y
Christina enfrente. El asiento de mi izquierda se queda vacío. Me pregunto si
Tobias se sentará ahí, si me sonreirá durante el desayuno, si me mirará de esa
forma secreta y furtiva con la que me imagino que yo lo miraré a él.
Cojo
una tostada de la bandeja que está en el centro de la mesa y empiezo a untarle
mantequilla con un pelín más de entusiasmo de la cuenta. Me comporto como una
lunática, aunque no puedo evitarlo, sería como negarme a respirar.
Entonces,
entra él. Lleva el pelo más corto, lo que hace que parezca más oscuro, casi
negro. Me doy cuenta de que es un corte de Abnegación. Le sonrío y levanto la
mano para saludarlo, pero se sienta al lado de Zeke sin tan siquiera mirar
hacia mí, así que dejo caer la mano y me quedo mirando la tostada. Ya no me
resulta tan sencillo sonreír.
—¿Pasa
algo? —pregunta Uriah con la boca llena de tostada.
Sacudo
la cabeza y doy un mordisco a la mía. ¿Qué me esperaba? Que nos hayamos besado
no quiere decir que vaya a cambiar algo. A lo mejor ha cambiado de idea y ya no
le gusto. A lo mejor cree que besarme fue un error.
—Hoy
toca paisaje del miedo —dice Will—. ¿Creéis que veremos nuestros propios
paisajes?
—No
—responde Uriah, sacudiendo la cabeza—, pasaréis por uno de los paisajes de los
instructores, me lo contó mi hermano.
—Oooh,
¿de qué instructor? —pregunta Christina, animándose de golpe.
—Oye,
no es justo que vosotros tengáis información privilegiada y nosotros no —añade
Will, mirando con rabia a Uriah.
—Como
si vosotros no fueseis a aprovechar la ventaja si la tuvierais —responde Uriah.
—Espero
que sea el paisaje de Cuatro —comenta Christina sin hacerles caso.
—¿Por
qué? —pregunto, y la pregunta me sale demasiado incrédula; me muerdo el labio
deseando poder retirarla.
—Parece
que a alguien le ha cambiado el humor —dice ella, poniendo los ojos en blanco—.
Como si tú no quisieras saber cuáles son sus miedos. Se hace tanto el duro que
seguro que le dan miedo las nubes de azúcar y las puestas de sol demasiado
brillantes, o algo así. Se pasa para compensar.
—No
será el suyo —respondo.
—¿Y
cómo lo sabes?
—Es
una predicción.
Recuerdo
al padre de Tobias en su paisaje del miedo; no dejará que nadie lo vea. Lo miro
y, durante un segundo, sus ojos se encuentran con los míos, pero sin expresar
nada. Después, aparta la vista.
Lauren,
la instructora de los iniciados nacidos en Osadía, está de pie con las manos en
las caderas en la puerta de la sala del paisaje del miedo.
—Hace
dos años me daban miedo las arañas, ahogarme, las paredes que me atrapaban y me
aplastaban, que me echaran de Osadía, desangrarme, que me pillara un tren, la
muerte de mi padre, la humillación pública y que me secuestraran unos hombres
sin rostro —anuncia, y todos la miramos sin expresión alguna—. La mayoría de
vosotros tendréis entre diez y quince miedos en vuestros paisajes. Esa es la
media.
—¿Cuál
es el número más bajo que se ha conseguido? —pregunta Lynn.
—En
los últimos años, cuatro —responde Lauren.
Aunque
no he mirado a Tobias desde que salimos del comedor, no puedo evitar mirarlo
ahora. Mantiene la vista fija en el suelo. Yo sabía que cuatro era un número
muy bajo, lo bastante como para merecer un apodo, pero no sabía que la media
era más del doble.
Me
observo con rabia los pies: es una persona excepcional, y ahora ni siquiera me
mira.
—Hoy
no averiguaréis cuál es vuestro número —dice Lauren—. La simulación está
programada para mostrar mi paisaje del miedo, así que experimentaréis mis
miedos, en vez de los vuestros.
Le
echo una mirada mordaz a Christina, puesto que yo tenía razón: no pasaremos por
el paisaje de Cuatro.
—Sin
embargo, para este ejercicio cada uno de vosotros pasará por tan solo uno de
mis miedos, para que así os hagáis una idea de cómo funciona la simulación.
Lauren
nos señala al azar y nos asigna un miedo a cada uno. Yo estoy en la parte de
atrás, así que iré casi la última. Me ha asignado el miedo al secuestro.
Como
no estoy enganchada al ordenador mientras espero, no veo la simulación, sino la
reacción de cada persona. Es la forma perfecta de distraerme de mis
preocupaciones sobre Tobias: cierro las manos formando puños mientras Will se
aparta unas arañas que yo no veo y Uriah empuja unas paredes que son invisibles
para mí, y sonrío cuando Peter se pone completamente rojo durante lo que sea
que esté experimentando en su «humillación pública». Entonces, me toca a mí.
El
obstáculo no me resultará cómodo, pero, como he sido capaz de manipular las
simulaciones anteriores y no solo esta, y como ya he pasado por el paisaje de
Tobias, no me pongo nerviosa cuando Lauren me pincha en el cuello.
Entonces
la escena cambia y empieza el secuestro. El suelo se convierte en hierba, y
unas manos me agarran por los brazos y me tapan la boca. Está oscuro y no veo
nada. Estoy cerca del abismo, oigo el rugido del agua. Grito tras la mano que
me cubre la boca y forcejeo para liberarme, pero los brazos son demasiado
fuertes; mis secuestradores son demasiado fuertes. Me veo cayendo en la
oscuridad, la misma imagen que ahora llevo siempre conmigo en mis pesadillas.
Vuelvo a gritar; grito hasta que me duele la garganta y lágrimas calientes me
caen de los ojos.
Sabía
que volverían a por mí. Grito de nuevo…, no pidiendo ayuda, ya que no me ayudará
nadie, sino porque eso es lo que haces cuando estás a punto de morir y no hay
forma de evitarlo.
—Paradlo
—dice una voz seria.
Las
manos desaparecen y se encienden las luces. Estoy de pie en un suelo de
cemento, en la sala del paisaje del miedo. Me tiembla el cuerpo, caigo de
rodillas y me llevo las manos a la cara. Acabo de fracasar, he perdido el
control y el juicio, el miedo de Lauren se había transformado en el mío.
Y
todos me han visto, Tobias me ha visto.
Oigo
pasos. Tobias se acerca y me levanta de golpe.
—¿Qué
narices ha sido eso, estirada?
—Es
que… No… —intento responder, entre hipidos.
—¡Contrólate!
Esto es lamentable.
Noto
que algo se suelta dentro de mí. Dejo de llorar, noto una corriente de calor
por el cuerpo que acaba con la debilidad y hace que le dé tal puñetazo que me
arden los nudillos. Se me queda mirando con un lado de la cara rojo, y yo le
devuelvo la mirada.
—Cierra
la boca —le digo; me suelto de su mano y salgo del cuarto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario