ME APOYO completamente en Tobias, mientras el cañón de pistola que me
aprieta la espalda me urge a seguir caminando. Entramos por la puerta principal
de la sede de Abnegación, un sencillo edificio gris de dos plantas. Me cae
sangre por el costado. No me da miedo lo que se avecina, me duele demasiado
como para pensar en ello.
La
pistola me empuja hacia una puerta vigilada por dos soldados de Osadía. Tobias
y yo la atravesamos, y entramos en un despacho sencillo en el que hay un
escritorio, un ordenador y dos sillas vacías. Jeanine está sentada detrás del
escritorio, hablando por teléfono.
—Bueno,
pues envía a algunos de vuelta en el tren —dice—. Tiene que estar bien
protegido, es lo más importante.., no estoy dici… Tengo que irme.
Cuelga
de golpe y me clava sus ojos grises. Me recuerdan al acero fundido.
—Rebeldes
divergentes —dice uno de los de Osadía; debe de ser un líder, o puede que un
recluta al que han sacado de la simulación.
—Sí,
ya lo veo.
Se
quita las gafas, las dobla y las deja en el escritorio. Seguramente las lleva
por vanidad y no por necesidad, porque cree que la hacen parecer más lista; eso
decía mi padre.
—Lo
tuyo —dice, señalándome— me lo esperaba. Todo el lío con tu prueba de aptitud
me hizo sospechar de ti desde el principio. Pero lo tuyo… —sigue diciendo,
sacudiendo la cabeza mientras vuelve la mirada hacia Tobias—. Tobias, ¿o debería
llamarte Cuatro?, tú conseguiste eludirme —explica en voz baja—. Todos tus
datos encajaban: los resultados de la prueba, las simulaciones de iniciación,
todo. Pero aquí estás, a pesar de ello. —Junta las manos y apoya la barbilla en
ellas—. Quizá puedas explicarme cómo es posible.
—Tú
eres el genio —responde Tobias en tono frío—. ¿Por qué no me lo explicas tú?
—Mi
teoría es que en realidad tendrías que estar en Abnegación —contesta ella,
sonriendo—, que tu divergencia es más débil.
Sonríe
con más ganas, como si se divirtiera. Aprieto los dientes, y medito la
posibilidad de lanzarme sobre la mesa y estrangularla. Si no tuviera una bala
metida en el hombro, puede que lo hiciera.
—Tu
razonamiento deductivo es asombroso —suelta Tobias—, estoy adecuadamente
impresionado.
Lo
miro de reojo. Casi se me había olvidado este lado suyo, el lado que tiende más
a estallar que a tumbarse y morir.
—Una
vez verificada tu inteligencia, a lo mejor te decides a matarnos de una vez —sigue
diciendo Tobias, y cierra los ojos—. Al fin y al cabo, todavía te quedan unos
cuantos líderes de Abnegación por asesinar.
Si
el comentario de Tobias molesta a Jeanine, no se le nota, ya que sigue
sonriendo y se levanta con elegancia. Lleva puesto un vestido azul que se le
pega al cuerpo desde los hombros hasta las rodillas, lo que revela una capa de
grasa en la cintura. La habitación me da vueltas cuando intento concentrarme en
su cara, y me inclino sobre Tobias para que me sujete. Él me rodea la cintura
con un brazo para que no me caiga.
—No
seas tonto, no hay prisa —dice Jeanine, como si nada—. Los dos estáis aquí para
servir a un propósito de suma importancia. Verás, durante un tiempo me
desconcertó bastante que los divergentes fueran inmunes al suero que había
desarrollado, así que he estado trabajando para solucionarlo. Creía que lo había
hecho con el último lote, pero, como sabéis, me equivocaba. Por suerte, tengo
otro lote listo para hacer la prueba.
—¿Por
qué molestarte? —pregunto.
A
ella y a los líderes de Osadía nunca les ha costado matar a los divergentes, ¿por
qué ahora es distinto?
Me
sonríe.
—Hay
una pregunta a la que doy vueltas desde que empecé con el proyecto de Osadía, y
es la siguiente: ¿por qué, entre todas las facciones, la mayoría de los
divergentes son don nadies débiles y píos de Abnegación? —dice mientras sale de
detrás de su escritorio, acariciando la superficie con un dedo.
No
sabía que la mayoría de los divergentes fueran de Abnegación y no sé por qué
será. Y, probablemente, no viva lo suficiente para averiguarlo.
—Débiles
—se burla Tobias—. Hace falta una gran voluntad para manipular una simulación,
al menos la última vez que vi una. Ser débil es controlar mentalmente a un ejército
porque es demasiado difícil entrenarlo tú mismo.
—No
soy tonta —responde Jeanine—. Una facción de intelectuales no es un ejército.
Estamos cansados de que nos domine un puñado de idiotas santurrones que
rechazan la riqueza y el progreso, pero no podíamos hacer esto solos. Y
vuestros líderes osados estuvieron más que contentos de hacerme el favor si, a
cambio, les garantizaba un sitio en nuestro nuevo y mejorado gobierno.
—Mejorado
—repite Tobias, resoplando.
—Sí,
mejorado. Mejorado y preparado para trabajar por un mundo en el que la gente
disfrute de abundancia, confort y prosperidad.
—¿A
costa de quién? —pregunto, y mi voz suena espesa, arrastro las palabras—. Toda
esa abundancia… no sale de la nada.
—En
la actualidad, los abandonados suponen una sangría de recursos —contesta
Jeanine—. Igual que Abnegación. Estoy segura de que cuando los restos de tu
antigua facción sean absorbidos por el ejército de Osadía, Verdad cooperará y
por fin seremos capaces de empezar a trabajar.
Absorbidos
por el ejército de Osadía. Sé lo que significa: también quiere controlarlos a
ellos. Quiere que todos sean maleables y fáciles de controlar.
—Empezar
a trabajar —repite Tobias en tono amargo, alzando la voz—. No te equivoques,
estarás muerta antes de que acabe el día…
—Si
fueras capaz de controlar tu genio —lo interrumpe Jeanine—, a lo mejor no te
encontrarías en esta situación, Tobias.
—Estoy
en esta situación porque tú me pusiste en ella —responde él—. En cuanto
organizaste el ataque contra personas inocentes.
—Personas
inocentes —dice ella entre risas—. Me parece muy divertido viniendo de ti.
Suponía que el hijo de Marcus comprendería que no todas estas personas son
inocentes —añade, y se sienta en el borde del escritorio, de modo que la falda
le deja las rodillas al descubierto; están llenas de estrías—. Sinceramente, ¿me
dices que no te alegrarías si descubrieras que han matado a tu padre en el
ataque?
—No
—responde él entre dientes—, pero al menos su maldad no implicaba la manipulación
de una facción entera y el asesinato sistemático de todos los líderes políticos
que tenemos.
Se
quedan mirando unos segundos, lo bastante como para ponerme completamente en
tensión, hasta que por fin Jeanine se aclara la garganta.
—Lo
que iba a decir es que, dentro de poco, docenas de abnegados y sus hijos pequeños
estarán bajo mi responsabilidad, y que no me vendría nada bien que muchos de
ellos fueran divergentes como vosotros, incapaces de controlar mediante las
simulaciones.
Se
levanta y camina unos pasos hacia la izquierda con las manos cruzadas delante
de ella. Tiene las uñas mordidas hasta la raíz, como yo.
—Por
tanto, era necesario desarrollar una nueva forma de simulación a la que no sean
inmunes. Me he visto obligada a reevaluar mis propias hipótesis. Ahí es donde
entráis vosotros —añade, dando unos pasos a la derecha—. Como bien decís,
vuestra voluntad es fuerte, no soy capaz de controlarla. Pero sí puedo
controlar otras cosas.
Se
detiene para mirarnos. Apoyo la sien en el hombro de Tobias mientras la sangre
me cae por la espalda. El dolor ha sido tan constante durante los últimos
minutos que he llegado a acostumbrarme, como cuando una persona se acostumbra a
una sirena si el ruido es continuo.
Jeanine
aprieta las palmas de las manos y no veo ningún brillo malicioso en sus ojos,
ni tampoco el sadismo que esperaba. Es más máquina que maníaca. Ve problemas y
aporta soluciones a partir de los datos que reúne. Abnegación se interponía en
su deseo de poder, así que encontró la forma de eliminarla. No tenía ejército,
así que se buscó uno en Osadía. Sabía que necesitaría controlar a grandes
grupos de personas para estar segura, así que desarrolló una forma de hacerlo
mediante sueros y transmisores. La divergencia no es más que otro problema que
debe solucionar, y por eso es una persona tan aterradora: porque es lo
suficientemente lista como para resolver cualquier cosa, incluso el problema de
nuestra existencia.
—Puedo
controlar lo que veis y oís —sigue explicando—, así que he creado un suero
nuevo que adaptará lo que os rodea para manipular vuestra voluntad. Los que se
niegan a aceptar nuestro liderazgo deben ser supervisados muy de cerca.
Supervisados…
o privados de su libre albedrío. Se le dan bien las palabras.
—Tú
serás el primer sujeto de prueba, Tobias. Sin embargo, Beatrice… —añade,
sonriendo—. Estás demasiado herida para serme de mucha utilidad, así que tu ejecución
tendrá lugar cuando concluya esta reunión.
Intento
ocultar el estremecimiento que me recorre el cuerpo ante la palabra «ejecución»
y, con el hombro matándome de dolor, miro a Tobias. Me cuesta reprimir las lágrimas
cuando veo el terror que se refleja en sus ojos, grandes y oscuros.
—No
—dice Tobias; le tiembla la voz, aunque su expresión es firme cuando sacude la
cabeza—. Preferiría morir.
—Me
temo que no tienes más alternativa —contesta Jeanine en tono alegre.
Tobias
me sujeta la cara entre las manos y me besa, presionando con sus labios para
abrir los míos. Me olvido del dolor y del terror de una muerte inminente y,
durante un instante, me siento agradecida de poder tener fresco el recuerdo de
este beso cuando llegue el final.
Entonces
me suelta y tengo que apoyarme en la pared. Sin más aviso que la súbita tensión
de sus músculos, Tobias se lanza sobre el escritorio y agarra el cuello de
Jeanine. Los guardias de Osadía que hay junto a la puerta saltan sobre él con
las armas preparadas, y yo grito.
Hacen
falta dos soldados para apartarlo de Jeanine y tirarlo al suelo. Uno de ellos
lo sujeta con las rodillas sobre sus hombros y las manos sobre su cabeza, apretándole
la cara contra la alfombra. Yo me lanzo sobre ellos, pero otro guardia me da un
manotazo en los hombros y me pega contra la pared. Estoy débil por la pérdida
de sangre y soy demasiado pequeña.
Jeanine
se apoya en el escritorio, resoplando y jadeando. Se restriega el cuello, que
está rojo y muestra las huellas de Tobias. Por muy mecánica que parezca, no
deja de ser humana: le veo lágrimas en los ojos cuando saca una caja del cajón
del escritorio y la abre; dentro hay una aguja y una jeringa.
Todavía
con la respiración entrecortada, va con ella hacia Tobias, que aprieta los
dientes y da un codazo en la cara a uno de los guardias. El guardia le golpea
en la cabeza con la culata de la pistola, y Jeanine le clava la aguja en el
cuello. Tobias se desmaya.
Dejo
escapar un ruido, no es ni sollozo ni grito, sino un graznido, un gemido
chirriante que suena lejano, como si saliera de otra persona.
—Deja
que se levante —dice Jeanine con voz ronca.
El
guardia se levanta, y Tobias también. No tiene el mismo aspecto que los
soldados sonámbulos, sus ojos están alerta y mira a su alrededor unos segundos,
como si lo desconcertara lo que ve.
—Tobias
—lo llamo—. ¡Tobias!
—No
te reconoce —dice Jeanine.
Tobias
vuelve la vista atrás, entrecierra los ojos y se dirige a mí a toda prisa.
Antes de que los guardias puedan detenerlo, me agarra por la garganta con una
mano y me aprieta la traquea con la punta de los dedos. Me ahogo, noto la
sangre caliente acudirme a la cara.
—La
simulación lo manipula —explica Jeanine, aunque apenas la oigo por culpa del
latido de mi corazón—. Altera lo que ve y hace que tome al amigo por enemigo.
Uno
de los guardias me quita a Tobias de encima. Yo jadeo y respiro hondo con
dificultad para llenar los pulmones de aire.
Se
ha ido; ahora lo controla la simulación y asesinará a las personas que hace
tres minutos consideraba inocentes. Que Jeanine lo asesinara me habría dolido
menos que esto.
—La
ventaja de esta versión de la simulación —sigue diciendo ella; le brillan mucho
los ojos— es que puede actuar de manera autónoma y, por tanto, es mucho más
efectiva que un soldado sin mente.
Mira
a los guardias que retienen a Tobias, que forcejea con ellos, tenso, mirándome
a mí aunque sin verme, sin verme como antes me veía.
—Enviadlo
a la sala de control. Necesitaremos tener allí a un ser humano con sus
capacidades intactas para supervisar las cosas y, por lo que tengo entendido,
antes trabajaba allí. —Tras decir esto, junta las palmas de las manos delante
de ella y añade—: Y, a ella, llevadla a la sala B13.
Agita
la mano para que nos vayamos. Con ese movimiento ordena mi ejecución, pero para
ella no es más que tachar una tarea de su lista, la única evolución lógica del
camino que está siguiendo. Me examina sin sentir nada mientras dos soldados de
Osadía me sacan de la habitación.
Me
arrastran por el pasillo. Aunque por dentro me siento entumecida, por fuera soy
una fuerza que grita y se retuerce. Muerdo una mano que pertenece al hombre de
mi derecha y sonriío al notar el sabor a sangre. Entonces me golpea y todo
desaparece.
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